DESLOCALITZATS'08

INAUGURACIÓN:
JUEVES 2 DE OCTUBRE A LAS 20 H.

EXPOSICIÓN:
DEL 2 DE OCTUBRE AL 28 DE NOVIEMBRE DE 2008.

CRÉDITOS:

ARTISTAS:
ISABEL ANDREU
LOLA LASURT
ORIOL VILANOVA

TUTOR:
MARTÍ PERAN.

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HOJA DE SALA
PUBLICACIÓ_EL EMBRUJO DE SHANGAI.
ANUARI 2008

DESLOCALITZATS’08

Projectes deslocalitzats 2008 muestra los trabajos de Isabel Andreu, Lola Lasurt y Oriol Vilanova que han desarrollado en el marco de la modalidad de proyectos deslocalizados de la convocatoria ART JOVE 2007. Por medio de diferentes metodologías de trabajo y formatos, los tres proyectos han puesto un énfasis importante en aspectos relativos a la investigación, con la focalización del interés en diferentes situaciones y problemáticas que tienen lugar actualmente en Barcelona.

 

Isabel Andreu. Embrujo de Shangai.

En España residen unos 126.000 inmigrantes procedentes de China, de los cuales unos 40.000 se han instalado en Catalunya, la mayoría en el área metropolitana de Barcelona. Llegan con la esperanza de montar una empresa organizada mediante vínculos familiares, y muchos costean el viaje con préstamos procedentes de la propia comunidad. Este tipo de costumbres no hace sino aumentar la opacidad y el halo de misterio y hermetismo que tradicionalmente rodean el fenómeno de la inmigración china, admirada con cautela y precaución.

Delante de este primer registro de lectura tan convencional y habitual, en estas últimas décadas de galopante liberalismo, China evoca el paradigma más completo de los merdcados de expansión. En este contexto, el supuesto interés occidental para la cultura del país asiático, al fin y al cabo, solo desempeña un papel secundario y protocolario. La fascinación no tiene ningún matiz humanista que no sea un vulgar maquillaje para los intereses de mercado. Pero todavía hay una tercera clave en la hermenéutica local hacia el universo chino, un imaginario construido lentamente en la memoria de la historia reciente según el que cualquier evocación del lejano oriente se identifica con algo exótico y fascinante, cargado de espíritu aventurero y de ficciones fantásticas.

El embrujo de Shangai es un trabajo poliédrico en el que se conjugan estos tres niveles de lectura en un único ensayo. El orden del relato es explícitamente inverso al de nuestra introducción. El punto de partida –mediante la referencia a la conocida novela de Juan Marsé publicada hace quince años, así como a la ulterior versión cinematográfica- se sitúa en este registro heredero del romanticismo que acompañó las últimas aventuras del colonialismo europeo. Shangai representa, en la novela original, el lugar maravilloso que contrarrestra  las penurias de la Barcelona de posguerra; la misma ciudad que, por su condición portuaria, ya había identificado el barrio chino como la zona por la que circulaban los más diversos aventureros. Naturalmente que el distrito V era la zona más sórdida de la ciudad, pero la otra cara de la moneda era precisamente donde se alimentaba y crecía este imaginario cargado de matices literarios y cinematográficos. Shangai no era más que una paráfrasis del objeto del deseo y de la capacidad de fantasía que este deseo podía despertar.

Sin embargo, en la época del capitalismo flexible, el “embrujo” adquiere otro aspecto. El mismo puerto de Barcelona, que con sus fabulosas historias alimentaba de canallas las zonas más deprimidas de la ciudad, es ahora un enclave comercial de primer orden en las rutas marítimas que distribuyen el capital. Hoy día, el 25% de los contenedores portuarios que se movilizan en Barcelona tiene una relación directa con el mercado chino. El dato, en absoluto anectódico, convierte el puerto de Barcelona en un firme candidato para liderar las relaciones con el mercado asiático. Tampoco es aleatorio que la empresa encargada de comandar esta pugna comercial (Hutchinson Port Holdings) sea la misma que explota los puerto de Rotterdam y de Shangai.

En este contexto voraz, las zonas portuarias de Barcelona y del resto de enclaves importantes del mercado global, lejos de mentener su perfil de escenarios llenos de literatura, se han convertido en territorios blindados e inaccesibles. Si en el viejo puerto de Barcelona desembarcaban personajes que infectaban de ficción la tierra fime, hoy los puertos son un paradigma de la opacidad que rodea la gestión del capital. Este es en realidad el territorio hermético y no el de las dinámicas que soportan los pequeños restaurantes, los establecimientos de “todo a cien” o les precarios talleres de confección de una comunidad que crece al por mayor.

 

Lola Lasurt. Traspàs.

En la calle Roger de Flor de Barcelona hay un estanco que, este verano, ha sido traspasado. Hasta ahora el negocio familiar donde Lola, al tratar con clientes habituales, ha tenido ocasión de conocer a la gente del barrio. El mostrador no era solo un puesto de trabajo, sino el centro de un mundo minúsculo en el interior del cual se han desarrollado relaciones entre personas y se han conocido muchas historias personales. El estanco ha sido, en este sentido, un lugar “vivido”.

Traspàs es, en primera instancia, un proyecto que intenta definir un proceso de construcción de memoria. El primer objetivo es, en efecto, encontrar un método que permita preservar el potencial y eficacia de un lugar (el estanco) como espacio de sociabilidad, madurado en torno a los efectos y afectos que conforman la experiencia personal. La historia del estanco, en definitiva, no es extraordinaria, pero sí ha sido del todo «real». Este es el impulso que empuja el esfuerzo por conservar el recuerdo. Pero, ¿qué método puede ser fiel a la magnitud de lo vivido para conservarlo entero? Para esta empresa no hay memoriales u homonejaes capaces de contener la anchura de la experiencia. Por el estanco ha desfilado un montón de gente con sus respectivas bibliografías, con sus manías y con sus ilusiones; ¿cuál podría ser el filtro para no traicionar ningún detalle? A este nivel, el único proceso de memoria posible, en lugar de tentar los límites de la “representación”, es el listado, la acumulación, el apilamiento, la colección, la construcción de un archivo de datos, de hechos y de gente, capaz de crecer de una forma imparable hasta reproducir la magnitud exacta de la experiencia. Este es el sueño que late tras un archivo y de un listado: construir un mecanismo para hacer aparecer de nuevo lo real.

Esta memoria gestionada casi como un duplicado de la misma experiencia es, naturalmente, imposible. Pero en Traspàs se hace factible en un registro metafórico. Al no poder dar la palabra a toda la gente que ha estado vinculada con el estanco a lo largo de tanto tiempo, solo una serie de clientes aparecen en pantalla leyendo frangmentos de «Bouvard i Pécuchet» y de «Pensar/Clasificar». La novela de Flaubert –el subtítulo de la cual es «De la falta de método en el estudio de los conocimientos humanos»- es recitada por los clientes del estanco como una paráfrasis del mismo esfuerzo para decirlo todo y para experimentarlo todo. Algo similar ocurre con el libro de Perec, el más notable ejemplo de una literatura concebida desde la vocación de catálogo que nos sobrepasa, la única evocación posible escenificada como la misma expresión de su imposibilidad.

Con esta declaración, en el interior del listado o del archivo, cada protagonista y cada detalle conserva su plenitud. Ya no importa que en el conjunto “visible” de lo que se ofrece en Traspàs se acentúen las historias que explican el Sr. Albí, Amàlia Gaudí y Rafael o los dibujos de Sergi. Todo el resto de personajes posibles no han sido silenciados sino que se mantienen en espera, cobijados por Flaubert y Perec, para entrar en escena en cualquier otro momento de este proceso de memoria. Sin embargo, no en vano, en este episodio concreto, en esta especie de “consulta” episódica en el archivo del recuerdo, se concede el protagonismo a unos personajes concretos. El Sr Albí, en definitiva, no hace sino redoblar la referencia a la acumulación como único método para captar la experiencia; pero, así mismo, también expone con vehemencia sus aptitudes para la inventiva, el ingenio y la creación; unas prerrogativas que comparte con la traza de Sergi y con las «teorías» del Sr. Rafael. Es una especie de aviso: la misma memoria es un arte combinatoria.

 

Oriol Vilanova. La vie est dans la rue.

[Descripción: Ramon (un nombre ficticio) ocupa un asiento en lo alto de las Rambles de forma rutinaria. Hay días que pasa en este asiento un puñado de horas, siempre en el mismo sitio de vigía si no se lo han tomado antes. Normalmente, va solo, pero también ha hecho amigos transeúntes. Oriol lo ha observado a lo largo de cuatro años sin decirle nunca nada. Con una discreción inicial que después ha ido olvidando, Oriol ha obtenido una ingente cantidad de fotografías de Ramon. A lo largo del registro, efectuado sin ninguna metodología demasiado pensada, Ramon aparece con muy buen aspecto a pesar de las mutaciones del paisaje urbano.]

¿Quien es, en realidad, el observador silencioso y discreto? Ramon se sienta en un lugar privilegiado desde el que poder disfrutar de las representaciones que desfilan por la calle y, Oriol, con la misma calma, observa la disciplinada persistencia de Ramon tanto en verano como en invierno. Pero no son dos cotillas del mismo tipo. Oriol observa con una meticulosidad poco científica pero bien detectivesca; a su vez, Ramon se muestra del todo indiferente al espectáculo. Ramon se limita a estar allí; no hace nada y apenas se fija en nada. Eso es lo que atrae a Oriol: la costumbre de Ramon de aparecer siempre en el mismo lugar para no hacer nada. Sí, Ramon también podría hacer compañía a Bartleby.

La repetición de un gesto minúsculo e improductivo como es limitarse a “aparecer”, lejos de consignar una identidad, de iniciar un retrato singular, el que anuncia es la infinita posible sustitución. Ramon podría ser cualquier otro y esta misma debilidad es su auténtica semilla revolucionaria. En el interior de las “monarquías administrativas”, el régimen de poder y de dominación obliga a ser productivo, a decir algo y a resolver una manera de ser. Toda esta armadura de acciones nerviosas y petulantes garantiza una pléyade de consumidores: los mismos que desfilan ante Ramon, embobados por los escaparates, acaecidos muñecos llamativos en el teatro de la ciudad. Ramon apenas lo mira.

Sin embargo, la última potencia crítica no está en la denuncia sino en la ficción. Oriol, delante de la figura disponible –desocupada- y casi espectral de Ramon, inventa su biografía vanguardista. En el paisaje banalizado de las Rambles posolímpicas, Ramon atesora la memoria de Cravan, de Picabia y de Crevel. Esta posible vida de dimensión literaria, según la cual Ramon conoció Gómez de la Serna antes de embarcarse en misteriosas aventuras, procura al personaje y a su quietud una irrevocable naturaleza micropolítica: Ramon no reproduce ninguno de los modelos dominantes de subjetividad fabricada; su vida solo “ha sido” real o imaginada, en otro lugar y en otro tiempo. Ahora, nadie lo gobierna.

La vida no está en la calle. Todo el ruido de gente que pasa por delante de Ramon, agobiados o vagantes, como una voluptuosa representación de la vida construida. Hay una extrema ocupación multitudinaria que, en apariencia, invita a contemplar la pluralidad de mundos de vida que se apilan en las calles; pero todo ello no es sino el espectáculo de la biopolítica: cuerpos comandados que se mueven según un compás dictado de antemano. En la platea de este teatro Ramon es el único que no representa nada, que no hace nada, que no dice nada. La más absoluta carencia de acción le otorga esa pátina de ficción que, en lugar de mitigarlo, hace de Ramon el personaje más real de todos. La vida es en la ficción, en la ficción que se nutre y crece en la inacción.